Al reinado de la reina Victoria en Inglaterra —20 de junio de 1837 al 22 de enero de 1901— le corresponde el término “época victoriana”, marcada, entre otras curiosas características, por fenómenos marinos alrededor de los cuales se construyeron relatos protagonizados por monstruos terroríficos que habitaban los océanos y salían al encuentro de los barcos ingleses en altamar o eran vistos desde las playas en pleno verano.
Variados relatos de esta época rescataban del anonimato a grandes serpientes marinas que se dejaban ver, de vez en cuando, con sus enormes y repetidas aletas dorsales y ojos amenazantes. Muchas de ellas, hasta tendrían pelo en el cuello.
Eran presencias aterradoras para las cuales no había explicación científica, pero constituían el insumo perfecto para tejer leyendas y sazonar historias de marinos.
Los ingleses buscaban explicaciones
Aun cuando la ciencia tuvo marcados avances a nivel mundial en el siglo XIX, no es menos cierto que los deseos por encontrar explicaciones a las cosas fueron abono para el auge de la fantasía, en la que se mezclaban imaginarios de mundos oníricos, hadas e historias de fantasmas que generaban fascinación entre los ingleses.
Ir al encuentro del mundo espiritual fue el objetivo de muchos que encontraron allí caldo de cultivo para dar respuesta a sus dudas e insatisfacciones y construir argumentos para contradecir al contundente pragmatismo de la ciencia.
Esta se empeñaba en anular explicaciones irracionales y sin fundamento a fenómenos naturales, pero la imaginación de muchos ingleses se aferraba a la especulación por encontrarla divertida y prolífica como tema de conversación y excusa para la generación de relatos fantasiosos como Alicia en el país de las maravillas y A través del espejo de Lewis Carroll, seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson.
El escenario estaba montado para las serpientes monstruosas
Este escenario fue ideal también para la justificación de la existencia de monstruos marinos que la zoología —aunque muy avanzada en la Inglaterra victoriana— aún no alcanzaba a explicar y menos disponía de ejemplares que la ciencia pudiera analizar y catalogar.
La mitología tocaba la puerta de la realidad e intentaba traspasarla.
Las serpientes marinas reclaman su protagonismo a comienzos del periodo victoriano llegando a mediados del mismo, y esto es porque parecía incuestionable su existencia por la abundancia de relatos de marineros veteranos que se encontraban con estas criaturas en sus viajes o personas que, desde tierra, lograban verlas y describirlas con lujo de detalles.
Artículos periodísticos y “especialistas” seguían la pista de la criatura marina
Desde mediados del siglo XVIII hasta que finalizara la era victoriana en el Reino Unido, alcanzaron a incluirse 187 apariciones en el catálogo La gran serpiente marina de A.C. Oudemans, publicado en 1892.
Vale recordar que Oudemans —ornitólogo, acarólogo y científico— escribió también sobre ácaros y dodos y es reconocido como precursor de la criptozoología o estudio de especies legendarias, ocultas o extintas llamadas críptidos que no existen para la ciencia convencional.
Se organizaron espacios académicos para discutir los pormenores de los avistamientos y darles legitimidad, y la prensa colaboró a aportar “seriedad” al asunto publicando registros de los encuentros entre humanos y enormes serpientes que habitaban los mares.
A Oudemans lo apoyaron teóricos reconocidos como John Gibson y Henry Lee. El primero llegó a decir que las serpientes descritas en el catálogo existían en abundancia en océanos tropicales.
La serpiente se dejó captar por un catalejo durante 20 minutos
Uno de los relatos más famosos y recordados sobre el encuentro de marinos experimentados con un enorme ejemplar de serpiente marina proviene del capitán del HMS Daedalus, Peter M’Quhae, quien, en 1848, regresaba del Cabo de Buena Esperanza a las Indias Orientales.
Tanto él como sus tripulantes vieron a la criatura acercarse a la nave y M’Quhae describió la experiencia así:
Una enorme serpiente, cuya cabeza y hombros se mantenían constantemente a unos cuatro pies sobre la superficie del mar y al menos sesenta pies de largo. El diámetro de la serpiente era de unas 15 o 16 pulgadas detrás de la cabeza, que era, sin duda, el de una serpiente; y nunca, durante los veinte minutos que permaneció a la vista de nuestros catalejos, estuvo bajo la superficie del agua. Su color era marrón oscuro con una franja amarillenta alrededor de la garganta. No tenía aletas, pero una cresta dorsal semejante a una crin de caballo, o tal vez a una masa de algas flotantes, le recorría el lomo.
La historia fue publicada y es replicada hasta hoy
Un relato de este calibre, que correspondía a la voz respetable del capitán de un barco de renombre, corroborada por sus tripulantes, tuvo que hacer mucho ruido, tanto que el 28 de octubre de 1848 fue publicado por el Illustrated London News, semanario famoso por ser de los primeros en usar el fotoperiodismo para ilustrar las noticias.
Un artista cuyo nombre es desconocido, basado en las palabras de M’Quhae, hizo dibujos de la serpiente dándole más sensacionalismo a la historia que trasciende hasta hoy.
Pudo ser un dinosaurio considerado extinto
Algunos geólogos y zoólogos, quienes, por supuesto, basaban sus estudios en la ciencia, cuestionaron la historia y la desvirtuaron argumentando que la supuesta serpiente podría ser, más bien, un elefante marino o una foca de gran tamaño.
Pero la inquietud sobre la existencia de este animal seguía flotando en el aire.
Otros, buscando explicaciones al avistamiento y aventurándose al rescate del pasado, identificaron a la serpiente de M’Quhae con un abanico de posibilidades: pudo ser un Ichthyosaurus, quizás un Plesiosaurio o, tal vez, un Cricosaurus, todos ellos con anatomía que podría confundirse con la de una criatura de especiales dimensiones serpenteando en la superficie del mar.
El asombro y el misterio siempre serán condimento para nuestras vidas
Aunque insistimos en que la ciencia se fortaleció en la Inglaterra victoriana, sin duda los veranos de la época y la diafanidad del paisaje marino contribuyeron a que muchos ojos ingleses se engañaran con avistamientos de animales conocidos cuyo volumen y características se prestaban para confundirlos con seres fantásticos propicios para la creación de leyendas.
El asombro es una emoción que apasiona y el misterio siempre será atractivo para la naturaleza humana que no deja de acudir a la imaginación para dar respuesta a sus inquietudes.
Tal vez estas supuestas serpientes marinas de enormes dimensiones y extrañas características animaron el espíritu victoriano, abrumado por la rigidez del materialismo y la necesidad obvia de la ciencia por fundamentar los hechos.