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    ¿Por qué mataron a Maximiliano de Habsburgo en México?

    Mariaco CaycedoBy Mariaco Caycedoagosto 16, 2025 México No hay comentarios
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    Pensó, tal vez, que ser emperador en tierras extranjeras era mejor que ostentar los títulos de archiduque y vicealmirante. Pagaría un alto precio por ello y en sus últimas palabras daría vivas a un país que no era el suyo. 

    1. Fue el último emperador

    Viajemos en el tiempo…Finalizando el siglo XIX la situación política y económica en México está más que complicada.

    No hay dinero para pagar la deuda externa a los franceses (o al menos el gobierno de Benito Juárez había anunciado la suspensión de pagos) y, por esta razón, el país es invadido por Napoleón III.

    Los conservadores mexicanos quieren continuar la monarquía y buscan un candidato para derrocar al liberal Benito Juárez que aboga por la república ¡Lo encuentran en el austriaco Maximiliano de Habsburgo!

    El 28 de mayo de 1864 el Puerto de Veracruz lo recibe junto a su esposa Carlota. Venían de Trieste, Italia.  Es el nuevo emperador de México, el segundo y último en la historia del país, al frente del Segundo Imperio Mexicano.

     

    2. La ley proteccionista de Juárez

    Con muchas voces conservadoras en contra, Benito Juárez aboga por la protección de su país contra manos extranjeras.

    En 1861, el gobierno de Benito Juárez promulgó la Ley de Responsabilidades, que establecía penas severas —incluyendo la muerte— para quienes apoyaran intervenciones extranjeras o se alzaran en armas contra el gobierno legítimo. Esta ley sería usada más tarde para juzgar a Maximiliano.

    A pesar de su postura proteccionista, Juárez tuvo que ver cómo llegaba a México un emperador extranjero que para él ( y miles de sus compatriotas) no tenía ninguna legitimidad.

    3. La elección quedó en “manos mexicanas”

    Aunque se presentó como una decisión de notables mexicanos, la elección de Maximiliano fue impulsada y respaldada por Napoleón III, quien buscaba establecer un régimen aliado en América para contrarrestar la influencia de Estados Unidos y aprovechar la debilidad de México tras la suspensión de pagos a las potencias europeas.

    De hecho, el emperador francés proclamó:
    “…la Francia no había de ir a imponer a México ningún candidato (…). Así esta cuestión debía ser exclusivamente mexicana”.

    Sin embargo, esta afirmación era más una pantomima diplomática que una realidad. La Junta de Notables que “eligió” a Maximiliano fue convocada bajo ocupación militar francesa, sus miembros fueron seleccionados con la aprobación de los embajadores francés y austríaco, y el propio Napoleón III ejerció una influencia decisiva en la propuesta del archiduque austríaco.

    En la práctica, la decisión fue francesa, y la fórmula de “elección mexicana” sirvió como fachada legitimadora para una intervención de claro corte imperialista. 

    Después de analizar a varios aspirantes, los mexicanos conservadores observan en Maximiliano de Habsburgo un abanico de virtudes que lo llevan a la silla imperial:

    •         Inteligencia superior
    •         Ojos azules, vivos y penetrantes, bondadosos y dulces
    •   Un semblante en el que se leen lealtad, nobleza, energía, exquisita distinción y singular benevolencia
    •         Disposición para las letras, las ciencias y las artes
    •         Habla seis lenguas con facilidad y corrección
    •         Es descendiente del emperador Carlos V

    Parecía pues que el archiduque era un total estuche de monerías, pero… ¿le servirían para gobernar un país revuelto e impredecible y fortalecerlo como Estado?

    4. Aceptó salir de su zona de confort

    Aunque llevaba una vida privilegiada como archiduque de Austria y vicealmirante de la Armada austríaca, viviendo en el espléndido castillo de Miramar junto a su esposa Carlota, Maximiliano de Habsburgo decidió aceptar la corona de México tras ser invitado por un grupo de notables monárquicos mexicanos.

    Sin embargo, esta “invitación” no surgió de un consenso nacional. La Junta de Notables, encargada de ofrecerle el trono, no se reunió hasta octubre de 1863, varios meses después de la ocupación de la Ciudad de México por las tropas francesas. Sus miembros fueron seleccionados bajo la influencia directa del gobierno de Napoleón III, y la misión europea que viajó a Trieste para ofrecerle la corona contó con el apoyo logístico, político y financiero de Francia.

    Así, si bien formalmente fue una decisión “mexicana”, en la práctica el proceso estuvo orquestado desde París, convirtiendo la elección de Maximiliano en una operación de legitimación simbólica para una intervención extranjera

    5. Convencido por consejos ambiguos

    Aunque Maximiliano de Habsburgo vivía una vida de privilegio como archiduque de Austria y gobernador de las provincias marítimas del Imperio, no fue fácil convencerlo de aceptar el trono de México. Tras meses de dudas, finalmente tomó la decisión después de escuchar a quienes más influencia tenían sobre él: su familia.

    Sin embargo, su hermano, el emperador Francisco José I de Austria, no lo apoyó, sino todo lo contrario: le advirtió que la aventura mexicana era un error, un salto al vacío sin respaldo militar, político ni diplomático por parte de la Monarquía austríaca. Le insistió en que renunciara, temiendo por su seguridad y por las implicaciones internacionales.

    Fue su suegro, el rey Leopoldo I de Bélgica, quien sí lo alentó. Según algunas fuentes, Leopoldo habría dicho: “Cela serait une belle position” (“Esa sería una buena posición”), sugiriendo que ser emperador —aunque fuera en un país lejano— era un estatus más elevado que el de archiduque o vicealmirante. Esta frase, más que una garantía de éxito, reflejaba una visión romántica y aristocrática del poder.

    Influenciado por esta perspectiva familiar y por la promesa de apoyo de Napoleón III, Maximiliano finalmente aceptó la corona. Firmó su aceptación el 10 de abril de 1864, sin imaginar que ni Francia ni Austria estarían a su lado cuando más las necesitara..

    6. Un imperio con buenas intenciones, pero sin apoyo real

    El gobierno de Maximiliano de Habsburgo duró poco más de tres años (abril de 1864 – mayo de 1867), pero no pasó “sin pena ni gloria”, como a veces se dice. Por el contrario, dejó huellas en el ámbito cultural, administrativo y simbólico, aunque su proyecto político fracasó por falta de legitimidad y apoyo.

    Maximiliano, influenciado por ideas liberales, intentó gobernar como un monarca constitucional. Mantuvo muchas reformas del liberalismo mexicano, como la desamortización de bienes eclesiásticos, la libertad de culto y el respeto a las garantías individuales. Incluso promovió obras públicas, apoyó a artistas y científicos, y trató de proyectar una imagen de cercanía con el pueblo mexicano.

    Sin embargo, estas políticas enfurecieron a los conservadores y al clero, que lo habían apoyado esperando un retorno al antiguo orden. A su vez, los liberales, liderados por Benito Juárez, rechazaron cualquier legitimidad de un gobierno impuesto por una invasión francesa. Juárez, desde el norte del país.

    La situación se agravó cuando Estados Unidos, tras finalizar su Guerra Civil en 1865, comenzó a apoyar abiertamente al gobierno de Juárez, presionando a Francia para que retirara sus tropas. Napoleón III, enfrentado a tensiones en Europa y al alto costo de la intervención, anunció en 1866 la retirada gradual del ejército francés.

    Sin apoyo militar extranjero, con las arcas vacías y cada vez más aislado, Maximiliano quedó expuesto. A pesar de los consejos para que abandonara México, decidió quedarse y enfrentar su destino. Pero ya no tenía con qué competir contra un movimiento republicano que se fortalecía día a día.

    7. Violador de la soberanía nacional

    El Decreto Negro, que ordenaba  que los guerrilleros alzados en armas que se negaran a deponerlas y quienes los apoyaran serían ejecutados en un plazo de entre 24 y 48 horas, fue muy criticado y dañó la imagen del monarca, pero el colapso del imperio se debió principalmente a la retirada del apoyo francés y al fortalecimiento del gobierno de Juárez.

    El emperador austriaco había violado la soberanía nacional, no solo al promulgar esta ley, sino al haberse adjudicado un título de realeza falso e ir en contra de la Constitución de 1857.

    8. Imágenes grotescas se venden a 3 reales

    El paso de Maximiliano de Habsburgo por México fue fugaz, con un tinte de tragicomedia.

    Mientras fue emperador, se le veía con sus propias versiones de la indumentaria del charro mexicano:  botas, chaquetas cortas y sombreros de ala ancha.

    Quería, tal vez, tejer un hilo conectivo con la cultura nacional, pero difícilmente lo lograría con su barba rubia peinada cuidadosamente hacia los lados y luciendo su propia creación: la Orden Imperial del Águila Mexicana.

    Tras su fusilamiento, circularon fotografías de su cuerpo, una práctica inusual en la época, que contribuyeron a la difusión de su figura trágica.

    9. Muere también la monarquía

    El emperador es capturado en el campo de batalla en Querétaro en mayo de 1867. Un tribunal militar lo juzga y es ejecutado en la mañana del 19 de junio en el Cerro de las Campanas, por un pelotón de fusilamiento junto con Tomás Mejía y Miguel Miramón, sus aliados mexicanos.

    Los franceses le habrían aconsejado salir de México pero el emperador, en cambio, reunió algunas fuerzas y marchó a enfrentar a Benito Juárez.

    10. Juzgado como enemigo de la nación, no como civil

    Maximiliano fue juzgado por un tribunal militar bajo la Ley de Responsabilidades del 25 de octubre de 1861, no del 25 de enero de 1862. Esta ley, promulgada por el gobierno de Benito Juárez durante la Guerra de Reforma, establecía penas severas —incluida la muerte— para quienes apoyaran intervenciones extranjeras o se alzaran en armas contra el gobierno legítimo.

    Aunque Maximiliano solicitó ser juzgado por una corte civil, argumentando que era un ciudadano privado y no un militar en activo, su solicitud fue rechazada. El tribunal consideró que había asumido el mando de un ejército en guerra contra la República, había nombrado generales, dirigido operaciones y recibido apoyo de una potencia extranjera (Francia). Por tanto, era un jefe de fuerzas enemigas, no un civil inocente.

    Además, Maximiliano sí tenía pasado militar: había sido vicealmirante de la Armada austríaca, y en México comandó las tropas imperiales. Esta experiencia reforzó la legitimidad del juicio militar.

    El proceso se llevó a cabo en Querétaro entre mayo y junio de 1867. Se le permitió defenderse, contar con abogados y presentar testimonios. El tribunal lo declaró culpable de invasión al orden nacional y de conspiración contra la independencia de México, y lo condenó a muerte.

    Así, la monarquía en México —encarnada en el efímero Segundo Imperio— murió con él. Maximiliano de Habsburgo, el último emperador del país, fue fusilado el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas, junto con los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía.

    A pesar de las intensas campañas internacionales de clemencia —impulsadas por figuras como Victor Hugo, Giuseppe Garibaldi, el papa Pío IX y el emperador Alejandro II de Rusia—, Benito Juárez negó el indulto. Para él, la ejecución no era venganza, sino un acto de justicia y soberanía: aplicar la ley a quien encabezó una invasión extranjera, sin distinción de títulos o linajes.

    11. Punto final a la intervención extranjera

    La ejecución de Maximiliano de Habsburgo el 19 de junio de 1867 no fue solo el fin de un hombre, sino el punto final a la intervención francesa en México y un poderoso símbolo del triunfo de la República.

    Aunque Benito Juárez no pronunció un discurso público inmediato ni emitió una declaración estructurada como la que se cita a menudo, su decisión de no conceder el indulto envió un mensaje claro y contundente: México no toleraría gobiernos impuestos por potencias extranjeras, y la ley se aplicaría sin distinción de rango.

    En los días y semanas posteriores, Juárez reafirmó este principio en comunicados oficiales y mensajes al Congreso. Allí subrayó que la justicia debía prevalecer sobre la compasión, y que la independencia nacional no podía negociarse.

    La frase que luego se haría célebre —“El respeto al derecho ajeno es la base de la paz”— fue pronunciada por Juárez en otros contextos, particularmente en 1862, durante la primera intervención francesa, como una advertencia diplomática. Con el tiempo, se asoció simbólicamente al legado del Segundo Imperio y al triunfo republicano, aunque no fue una declaración posterior al fusilamiento.

    Así, la caída del Segundo Imperio marcó el fin de la última tentativa monárquica en América y el restablecimiento definitivo del orden constitucional. Con ello, México reafirmó su identidad como nación independiente, republicana y soberana, dispuesta a defender su autodeterminación frente a cualquier intervención externa.

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